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Retrato de un odio (I)

Michael Jordan llegó como un ciclón a la NBA, brillando con luz propia en su año de rookie y participando en su primer All Star con aparente suficiencia. En ese momento se cimentó una relación truculenta y apasionada que tendría en el otro bando a Isiah Thomas, otra de las grandes estrellas de la Liga, quien nunca toleró el dominio en la pista y la soltura con los medios del joven Jordan. En esta primera entrega, Gonzalo Vázquez relata los primeros pasos de su enemistad, oficializada en 1985 durante el fin de semana de las estrellas de Indianapolis

Isiah Thomas fraguó una profunda enemistad con Jordan desde su primer encuentro
© Isiah Thomas fraguó una profunda enemistad con Jordan desde su primer encuentro
  

Retrato de un odio (II)

El sábado 9 de febrero de 1985, a poco de firmado el cósmico contrato con Nike y agolpándose otras firmas detrás, Michael Jordan, novato de 21 años, debutaba en el segundo concurso de mates de la NBA con motivo del All Star en Indianápolis. Y lo haría de auténtico estreno: un espectacular modelo de zapatillas Air Jordan High Black&Red y un vistoso chándal de diseño –exclusivo al evento- que no abandonaría hasta transcurrida la primera ronda. En su antebrazo derecho calzaba una inmaculada muñequera blanca y, rodeándole el cuello, dos holgadas cadenas de oro que chillaban sobre su piel negra y sólo dejarían de bailar cada vez que tomaba asiento en el banco de matadores, donde a diferencia del resto aparecía cómodamente recostado, con un brazo sobre el hombro de las sillas y mascando chicle como si con él no fuera la cosa.

Pero vaya si iba. Jordan no pasó por alto un solo detalle. Ni que Darrell Griffith sellara con esparadrapo su punto de batida un palmo por delante de la línea para el primer mate largo de la noche, ni que Stansbury, espoleado por su público, retrasara la marca del suelo sin éxito. Ambos dos, y poco después el propio Dr J, que la víspera celebrase su 35 cumpleaños, pudieron quedar humillados cuando Jordan, con una facilidad pasmosa y utilizando el mismo reclamo del esparadrapo, logró ejecutar nítidamente el 50 desde donde ninguno de ellos lo había conseguido. La diferencia era abrumadora y la TBS lo sabía. Porque, no sólo el público: la misma cámara parecía adorarle. Había algo de insobornable atracción en aquella joven y hermosa figura que, al igual que John Wayne, saturaba felizmente la pantalla americana. Así fue que cuando improvisó un guiño a la primera fila tras uno de sus mates, todo el país debió de caer seducido a su hechizo. ¿O no? ¿O podría haber un espíritu que movido por la suspicacia, por un profundo recelo muy cercano a la envidia, contemplase aquellas evoluciones como un episodio de vanidosa petulancia? ¿Alguien que el mismo viernes pudo inclinarse públicamente por Dominique Wilkins sin mencionar una sola vez al hombre diana de aquel fin de semana?

En la tarde del día siguiente, pocas horas antes de la gran cita del domingo, Jordan pasaba el tiempo a solas en la habitación del hotel. Estaba nervioso. Siendo su primer All Star, le invadían la timidez y el no saber muy bien qué hacer. Que las demás estrellas coquetearan juntas abajo en el vestíbulo sin su presencia le causó aún mayor inquietud. En absoluto deseaba parecer desconsiderado, así que, transcurrida una eternidad decidió bajar y dejarse ver. El pasillo estaba desierto cuando el ascensor abrió sus puertas procedente de alguna planta superior. Tan ensimismado entró que casi ni se dio cuenta de que dentro viajaba otra persona. Lo reconoció enseguida. Era Isiah Thomas, a quien veía a solas por primera vez. Víctima del recato o la sorpresa, o quizá contrariado por que Thomas bajara visiblemente la mirada en silencio nada más verle entrar, Jordan acudió por instinto al botón cuando éste ya estaba activado en dirección al vestíbulo. Consciente de la torpeza, reculó enseguida y cuando quiso saludar, sintió que lo hacía tarde, no se reconoció en absoluto y sus palabras, un desmañado balbuceo a destiempo, sonaron huecas, casi importunas: “Hello... how ya doin’?”. Había que ser muy generoso para entender el sordo gruñido de Thomas como respuesta al saludo o como invitación a la charla. No cuando ni siquiera alzó la cabeza. Más bien no hubo respuesta y el trayecto hasta abajo, con ambos callados, en esquinas opuestas y mirando al suelo, se hizo incómodo, se hizo eterno. Al llegar al vestíbulo Thomas salió despedido en una dirección de la que Jordan se alejó cuanto pudo. Y ni el rápido calor de los saludos, ni las sonrisas ni las fotos lograron disiparle la molesta tensión de aquel primer encuentro con quien en un rato, parecía mentira, iba a compartir equipo. Podría ser el más novato del mundo pero aquello, se confesó a sí mismo, no era en absoluto normal.

La actitud de Michael Jordan en su primer All Star fue el primer episodio del conflicto
© La actitud de Michael Jordan en su primer All Star fue el primer episodio del conflicto
El partido no fue nada bueno para Jordan. Saliendo de titular anotó únicamente dos canastas de nueve desangelados tiros. Sabía que su presencia en pista no iba a ser la acostumbrada, pero según pasaban los minutos se fue convenciendo de que su compañero y base Isiah Thomas parecía estar eludiendo compartir el balón exclusivamente con él. Sintió que aquella actitud se había extendido a una parte de sus compañeros e incluso rivales. No lo podía creer. Victimizado a sí mismo, se figuró en pleno juego que todos tomaban partido en una fiesta de la que él, por algún extraño motivo que no alcanzaba a comprender, era excluido. Definitivamente y tras 22 minutos en pista (de los 10 titulares el de menor minutaje), Jordan sólo quería largarse de allí pitando. La experiencia de aquel domingo le causó un hondo malestar y volver aprisa a Chicago no logró reponer su ánimo. Y menos aún cuando fue abordado a traición por un relaciones de la franquicia:

-¿Se puede saber qué es lo que te ha pasado con Isiah?
-¿¡A mí!? ¿Por qué?
-Por lo que parece os encontrásteis en el ascensor y le negaste el saludo. Y la verdad, por lo que se pudo ver en televisión, no le dirigiste la palabra en todo el partido. ¿A qué se debe?


Esta nueva sorpresa agotó su paciencia. Resultaba que entre los mentideros de la liga y la prensa, un torrente de informaciones coincidían en defender una siniestra tesis: la actitud de Jordan durante todo el fin de semana había sido impropia de un recién llegado a la liga. Su indumentaria del sábado fue un acto de ostentación, su ausencia en buena parte del meeting del domingo de arrogancia y su falta de empatía con el resto la prueba final de su absoluta vanidad y desprecio. En suma, parecía haber acudido a la cita con el único fin de promocionarse comercialmente. Jordan no daba crédito. Precisamente una semanas atrás había renunciado al liderazgo impuesto por su técnico Kevin Loughery por lo que el jugador consideraba una cuestión de respeto a los veteranos de Chicago y, en su primer encuentro público, producía sin quererlo el efecto contrario. Así dedujo enseguida que el causante de todo aquello tenía que ser forzosamente Isiah Thomas. Sólo había que atar unos cabos. Movido quizá por la envidia o por un oscuro recelo, Thomas no soportaría la idea de que aquel joven del que todo el mundo hablaba, el brillante oro olímpico que él no pudo ser y multimillonario a mayor velocidad que nadie, fuese a triunfar impunemente en su ciudad natal, Chicago. Luego aquel espectador insurgente del sábado podía ser, quizá como ningún otro en todo el país, un colega de profesión y compañero suyo aquel domingo, el base estrella de los Pistons de Detroit, Isiah Thomas. Convencido de la conspiración, Jordan desató su ira extendiendo la acusación a George Gervin (rival en el Oeste) y sobre todo, a Magic Johnson, cuya conocida amistad con Thomas alcanzaba a compartirlo todo: la confidencia, los veranos e incluso el mismo agente, suficiente para excluir su relación durante años.

El caprichoso destino deparó que el mismo martes, Chicago volviese al trabajo en casa contra Detroit. Completamente mudo durante el partido, no cabía entender la depredadora actuación de Jordan más que como una declaración oficial. No sonrió ni una sola vez en toda la noche, a cuyo final y victoria, registró nada menos que 49 puntos y 15 rebotes, la anotación más alta para un novato en la historia de la franquicia roja. Por si hacía falta, la prensa apostillaba: JORDAN GETS HIS REVENGE. Era el comienzo de una bonita “amistad”.