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Alfonso Martínez: Un mito que fue "chófer" de Pau Gasol

Siguiendo con la serie de los Históricos de la Liga Nacional, Juan Antonio Casanova nos acerca la figura de uno de los jugadores más determinantes de la historia del baloncesto español: Alfonso Martínez. A una calidad indiscutible, este pívot de sólo 1,94 m. añadió un carácter que le llevó a convertirse en jugador determinante en cada uno de los equipos en los que militó. Nadie ha igualado hasta ahora sus récords (Tres ligas con tres equipos y cuatro Copas con cuatro equipos). Máximo reboteador del Europeo de Helsinki '67, ningún español había repetido esta hazaña hasta que llegó Pau Gasol, quien fuera alumno de Martínez en unas colonias de verano hace ya algunos años

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"¿Yo una leyenda del baloncesto? ¿Estás seguro? Yo no era más que un tozudo gruñón". Ésta fue la primera reacción de Alfonso Martínez a la propuesta de este reportaje. Efectivamente, la tozudez es una característica de su carácter. Pero por encima de eso, muy por encima, es evidente que estamos hablando de uno de los jugadores más determinantes de la historia del baloncesto español. Jugó las diecinueve primeras ediciones de la Liga de manera consecutiva. La ganó con tres equipos diferentes. La Copa, con cuatro. Y, con sólo 1,94 m de estatura, pero una gran envergadura de brazos, un magnífico juego de pies y sobre todo un corazón de hierro, este pívot llegó a ser el máximo reboteador de un Campeonato de Europa, el de Helsinki'67. Habría que esperar más de treinta años, y la aparición de un fenómeno como Pau Gasol, para que otro español lo consiguiera, en Estambul'01.

Hablando de Pau: Alfonso le dio clases de baloncesto cuando la estrella de los Grizzlies tenía nueve o diez años. Sólo durante un mes, en unas colonias veraniegas en el colegio de aquél, el Llor. "Había 300 chavales y Pau era un pelirrojo no mucho más alto que los demás. ¿Sabes por qué me acuerdo de él? Porque me decía: 'Señor Martínez, usted pasa por Sant Boi para ir a Barcelona, ¿verdad? ¿Me podría dejar allí?'. Yo le acompañaba cada día. Y le regalé unos tensores para fortalecer las manos. 'Te crecerán las manos y te comerás el mundo', le decía. ¡Y vaya si se lo ha comido! ¡Cómo juega ahora este chico!".

Alfonso Martínez nació en Zaragoza, pero a los seis años se trasladó a Barcelona con toda la familia, cuando a su padre, que era jefe de publicidad del "Heraldo de Aragón", le dieron la representación del brandy Decano para Catalunya, Valencia y Baleares. "Fonso" sigue viviendo en el mismo piso de entonces, al lado de la plaza Bonanova, que su padre alquiló porque estaba muy cerca de La Salle, el colegio en el que estudiarían sus hijos. Un piso que durante mucho tiempo fue lugar de acogida para numerosos jugadores.

En La Salle empezó a jugar Alfonso, con su hermano José Luis, también internacional -"era mil veces mejor que yo, pero yo era más alto, y se retiró pronto porque acabó la carrera de Derecho y estaba cansado de dar vueltas por las pistas ganando muy poco dinero"-, que reside en Canarias. Alfonso tiene una hermana melliza, que vive en Puerto Rico. Su hermano mayor falleció hace dos años.

Pasó por el Español juvenil y luego vivió una primera etapa en el Barcelona y una temporada en el Aismalíbar de Montcada, un equipo de empresa, ya desaparecido, que era entonces uno de los grandes. Con él estuvo a punto de conseguir su primer gran título, la Copa del 56, que entonces era el más importante, porque la primera edición de la Liga española iba a ponerse en marcha unos meses después. A punto, pero...

"¡Qué robo! Sólo faltó que sacaran la pistola", recuerda Alfonso. "Jugábamos la final contra el Madrid, en su pista, el frontón Fiesta Alegre. Ya éramos campeones, porque el partido había terminado y habíamos ganado por un punto". Él había conseguido -dicho sea de paso- la que debía ser la canasta decisiva. Pero dejemos que siga con su relato: "El cronómetro era un reloj antiguo, gigantesco, con unas manecillas grandísimas, que se controlaba desde la mesa. El delegado del Madrid, Máximo Arnaiz, echó las manecillas veinte segundos hacia atrás. De momento no nos enteramos y seguíamos celebrando el título: '¡Campeones, campeones!' Pero el tal Arnaiz le dijo a uno de los árbitros, Luciano, que era de Valladolid: 'Oye, Luciano, que faltan 20 segundos'. El otro contestó: '¡Cómo! ¡Alguien ha tocado el reloj!'. Y el delegado: 'Yo no he tocado nada'. Total, a jugar los 20 segundos". El Madrid forzó la prórroga con un tiro libre y acabó llevándose el título”.

El título y, poco después, a los dos hermanos Martínez. Cada uno cobraba allí 15.000 pesetas al mes, además de la pensión completa en el hotel Victoria, que era el feudo de los toreros en la capital. "Los conocía a todos: a los toreros y a los que manejaban el cotarro, además de policías y alguna gente peligrosa. Y a El Cordobés, al que no dejaban entrar en el hotel. Le echaban a patadas. Quería que le dieran una oportunidad de torear y ellos decían que sólo iba a molestar".

Era el primer dinero de verdad que ganaba Alfonso con el baloncesto. "Y 15.000 pesetas al mes -recuerda- eran entonces una pasta, porque muchos sueldos andaban por las 1.000". Pero no daban para ahorrar. Al menos, no para él. "Yo me lo gastaba todo", confiesa. "El dinero es para gastarlo, y así lo he hecho yo siempre". No exagera: en 1992 le tocaron 14 millones de pesetas en la Primitiva "y todo está más que fundido".

Le pregunto si se le podía considerar en aquella época una persona famosa. Y lo rechaza de pleno: "Yo no he sido famoso nunca. Famoso será Ronaldinho", bromea, aludiendo a su equipo futbolístico preferido, que es el Barça, mientras que en baloncesto, él, que jugó en siete equipos de primera fila, se declara de la Penya, aunque insiste en que este club no se portó bien con él. Entre otras cosas, porque "yo era el mejor pero el que menos cobraba".

"Buena parte de lo que es ahora el baloncesto se lo debe a Raimundo Saporta. Él en realidad no era del Madrid. Le tenía más simpatías al Atlético. Pero Santiago Bernabeu, como era tan bueno, lo captó. A mí Saporta me hizo algunas putaditas, pero era el mejor. Un genio, para el baloncesto, para el fútbol y para todo. Me confesaba que a él el fútbol le aburría como una ostra. Incluso un Barça-Madrid. En cambio, a Bernabeu le gustaba mucho más el fútbol, pero su esposa, doña María, era fiel seguidora del baloncesto y le hacía ver cuatro o cinco partidos cada domingo, desde el infantil al nuestro. Recuerdo que a Saporta le vendí una tele portátil, una de las primeras que llegaron a España. Me la trajo un puertorriqueño que jugaba en el Madrid. Me costó 12.000 pesetas. Per sólo había dos horas de programación cada día: la película de Jaimito, las noticias, un cura... Un rollo. Le dije a Saporta si la quería y se la revendí por 1.000 pesetas más. Algo tenía que ganar".

Ganó mucho. Con él Madrid, dos Ligas -las dos primeras de la historia y en ambas fue el máximo encestador- y una Copa. "Éramos muy superiores". Lo raro es que sólo permaneciera allí dos temporadas. ¿Por qué razón? No fue económica ni deportiva, sino algo mucho más sencillo: "A mí me gustaba más Barcelona que Madrid y aunque nací en Zaragoza me siento catalán. Quería volver. Saporta pilló un cabreo tremendo. '¡Lo que no me han hecho Di Stéfano ni Gento me lo van a hacer los hermanos Martínez!', bramaba. Luego dijo: 'Bueno, que se vaya José Luis, pero que se que quede Alfonso'. Pero nos fuimos los dos".

Se fueron al Barça y, qué casualidad, el título de Liga se fue con ellos a las vitrinas azulgrana. Tres de tres para los hermanos Martínez. Y también el de Copa. Cinco años después, en 1964, Alfonso volvería a ser campeón de Copa con otro equipo, el Picadero. Y luego, otra Liga y otra Copa con el Joventut.

Del Barça tuvo que irse cuando (1961) el presidente Enrique Llaudet decidió disolver la sección. O, para ser exactos, desaparecer de la elite para jugar sólo en plan "amateur". Su conversación con Alfonso no debió de tener desperdicio, a tenor de lo que explica ahora el jugador. "Me dijo que no tenían dinero y que iban a jugar los hijos de los socios. Yo le contesté que me parecía muy bien, pero que antes liquidara lo que nos debían a mi hermano, 98.000 pesetas, y a mí, 120.000. Me dijo que no nos podían pagar y aún estamos esperando. No había nada firmado, porque entonces todo se hacía de palabra. Y no es el único club que me debe dinero".

Por ejemplo, el Mataró, su penúltimo equipo como jugador. Dice que le debe 800.000 pesetas y recuerda que salió de allí por la puerta de atrás. Literalmente, porque 300 aficionados le esperaban "para darme una paliza" después de negarse a jugar un partido contra el YMCA que acabó costándole el descenso al equipo catalán.

"No quise jugar porque no me dio la gana. Me habían hecho muchas putadas", explica ahora con la franqueza, a menudo mal entendida, que siempre le ha caracterizado. "Dije que me encontraba mal, que había tenido que tomarme unos antibióticos y estaba muy débil. Me pidieron que al menos me sentara en el banquillo, con el chándal. El YMCA tenía un gran jugador, John Coughran, que luego fichó poe el Madrid. Pero da igual: si hubiera jugado yo habríamos ganado. Nuestro entrenador era Vicente Sanjuán. Amigo mío, pero... Al final me pidió que saliera, porque perdíamos por tres o cuatro puntos. Salí a falta de tres minutos y no lo hice del todo mal, pero sin calentar y con Coughran delante... Fallé dos tiros libres. Te juro por mi madre que intenté meterlos, pero hubo gente que pensó que había tirado a fallar para perder el partido".

Alfonso Martínez fue 146 veces internacional. Aún hoy, sigue convencido de que si no llegó a las 150 fue porque, según lo establecido en aquella época, eso habría supuesto que le regalaran un Seat 600. Su reiterada presencia en la selección es una fuente inagotable de anécdotas. Conociendo el carácter de ambos, valdría la pena haber pagado para vivir de cerca su relación con el general Querejeta, militar de viejo estilo y a la sazón presidente de la Federación Española, que una vez envió a hacer puñetas a Alfonso por el mero hecho de haberle ¡mostrado un rublo!, la moneda de la URSS.

Es sobradamente conocida la historia de Alfonso en el Europeo'63, cuando se negó a efectuar el viaje de vuelta Wroclaw-Varsovia en el mismo minúsculo avión y desde la misma pista de hierba de la ida. Él la explica así en primera persona: "'Yo aquí no vuelvo a subir', pensé. Me fui con el taxi de un español, de Madrid, llamado Sánchez, que vivía en Polonia y no podía entrar en España porque parece que tenía delitos de sangre en la Guerra Civil. Estuvimos toda la noche en el taxi y yo pensaba que podía ocurrir cualquier cosa, que nos iban a atracar. Llegamos por la mañana, justo a tiempo para la salida del avión. Y el general Querejeta me dio la razón. 'Cada músico va con su instrumento', dijo. Pero luego resultó que el avión que no había querido coger en Wroclaw era el mismo que nos llevó de Varsovia a Barcelona".

No fue al siguiente Europeo, el de Moscú'65. Porque no quiso. Así de claro lo dice ahora. Pedro Ferrándiz era el seleccionador y organizó una larga concentración. Alfonso Martínez adujo que su padre poseía una fábrica de botones y él tenía que ayudarle. Puro invento. Sin él, España acabó undécima, Ferrándiz tuvo que dejar el cargo y en el Mundial oficioso de Chile (1966) comenzó la larguísima etapa de Antonio Díaz Miguel.

Allí se reincorporó Alfonso Martínez. También con anécdota, naturalmente. Ésta un poco más dolorosa, aunque tampoco le afectó mucho. "Yo en la selección hacía lo que me daba la gana", proclama. "Salía por la puerta de atrás cada noche y tan tranquilo. Un día me estaba esperando Antonio Díaz Miguel a la puerta del hotel a las ocho de la mañana. '¿De dónde vienes?', me dice. 'De dar una vuelta. Y me voy a dormir porque mañana, bueno, hoy, hay que jugar'. 'No; tú ya no vas a jugar'. 'Bueno, pues dame mi billete, que me voy a mi casa ahora mismo, porque ya estoy hasta las narices de Chile'. 'No; no te puedes ir, porque el viaje es colectivo. Pero no jugarás'. 'Vale. Así me cansaré menos'. Y no jugué".

Las salidas de Alfonso eran habituales. Carlos Luquero, que fue su compañero de habitación en Chile, estaba alucinado, pero no se atrevía a seguirle, aunque nuestro hombre le invitaba. "'¿Adónde vas', me preguntaba Carlos. 'Pues por ahí, con una chica que me ha llamado por teléfono. ¿Qué quieres? ¿Que me quede aquí contigo? Ven, que alguna amiga tendrá', le decía yo. Pero no venía".

Al año siguiente volvió a los Europeos, en Helsinki'67, y allí se consagró oficialmente como un reboteador excepcional, el mejor de todos. Aunque estuvo a punto de perder el trofeo, porque el último día Antonio Díaz Miguel quiso premiar a Moncho Monsalve, que había jugado muy bien el partido anterior, y le dejó en el banquillo. Al final acabó empatado con un finlandés, Veiko Vainio, que medía 15 centímetros más que él, y les dieron un trofeo a cada uno.

No le gusta mucho definirse a sí mismo como jugador. Pero dice, eso sí, que "era duro" y recuerda "la leña que le di a Dino Meneghin, aunque él tenía 18 años y yo 30". A la hora de escoger a los mejores jugadores de su época menciona a Oscar Robertson, Jerry West y Jerry Lucas, integrantes de la gran selección -la mejor hasta Barcelona'92- que EE.UU. llevó a los JJ.OO. de Roma'60, en los que él formó parte del primer equipo olímpico del baloncesto español. No jugó allí contra ellos, pero sí en un amistoso de preparación que no fue contabilizado oficialmente. Serían 147...

Entre los europeos destaca sobre todo al yugoslavo Radivoj Korac,que se mató en un accidente con el coche que se había comprado con su primera ficha profesional, en Italia, cuando a los 29 años le habían permitido por fin jugar fuera de su país. Y de los españoles, Alocén, Luyk, Emiliano, Lluís y especialmemte Buscató, "el mejor de todos, y no lo digo porque sea como mi hermano, una persona extraordinaria; ahora se hincharía a meter puntos, porque tiraba como nadie".

El baloncesto actual le gusta, porque "es como el nuestro, pero con más fuerza física", aunque considera que los árbitros no dejan jugar, porque pitan demasiado. Cree que, si bien ahora hay más gigantes que en su época, su buena colocación para luchar por el rebote le permitiría seguir jugando en la elite. Pero no se ve en la NBA, aunque volvió locos a los campeones de Syracuse Nationals cuando se enfrentó a ellos en un amistoso en Barcelona. No entendían cómo aquel 'enano' de 1,94 podía robarles tantos rebotes. Y es que Alfonso no hubo, ni habrá, más que uno.

FICHA PERSONAL

Alfonso Martínez Gómez
Zaragoza, 24/I/1937

Trayectoria deportiva
Jugó en La Salle infantil, Español juvenil, Barcelona (1953-55), Aismalíbar (1955-56), R. Madrid (1956-58) Barcelona (1958-61), Joventut (1961-62), Picadero (1962-66), Joventut (1966-72), Mataró (1972-75) y Breogán (1975-76)

Entrenó al Valladolid y al Manresa

Títulos
Es el único jugador que ha ganado la Liga española con tres equipos diferentes: R. Madrid (57 y 58), Barcelona (59) y Joventut (67)
Es el único jugador que ha ganado la Copa con cuatro equipos diferentes: R. Madrid (57), Barcelona (59), Picadero (64) y Joventut (69)

Selección
146 veces internacional
Participó en los Juegos Olímpicos de Roma'60 y México'68, en el Mundial oficioso de Chile'66 y en los Europeos de 1959, 61, 63, 67 y 69
Fue el máximo reboteador del Europeo'67

Récords
Jugó las 19 primeras Ligas españolas, un récord hasta que lo batió Chichi Creus (24)
Fue tres veces el máximo anotador de la Liga (57, 58 y 67)