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La última canasta de Carlos Cabezas

Este viernes Carlos Cabezas vestirá por última vez la camiseta de Unicaja. Se marcha un histórico del club y del baloncesto español dejando tras de sí una huella de jugador de raza y carácter ganador. Como hacía cuando era pequeño y entrenaba junto a su padre hoy vivirá con emoción cada bote, cada regate y cada lanzamiento... Hoy llega el momento de su última canasta.

  

Cuando esta noche Carlos Cabezas se infunde por última vez la camiseta de Unicaja su recuerdo viajará a 1993 y rescatará el momento en el que el niño de 13 años se vistió de verde por primera vez. Lo hacía para hacer las pruebas de acceso al equipo infantil y con los nervios propios de un niño que trataba de hacerse un hueco dentro de un grupo formado. Hoy los nervios también sobrevolarán el estómago de Carlos por más que las canas hayan vestido su pelo.

Ese primer día era la recompensa a años previos en los que había crecido practicando infinidad de juegos junto a su padre. Podía ir al colegio botando el balón, driblar con una venda en los ojos o atarse una mano en la espalda para desarrollar fundamentos que eran mimados con esmero.

Su padre, Carlos, había sido jugador profesional en España a finales de los años 70 y sabía que Carlitos sería un chico bajo para el baloncesto por lo que debía destacar en el manejo de balón y, sobre todo, en el lanzamiento. Fueron eternas las sesiones de entrenamientos paternofiliales que siempre acababan con la exigencia de meter la última canasta. “Hasta que no metas la última, no nos vamos a casa”, le decía su padre. Con presión y mucho cansancio, el pequeño de los Cabezas no podía irse sin meter su último tiro. Sin saberlo, aquellas lecciones forjarían su carácter ganador y cincelarían un talento innato para ganar partidos.

La primera de sus grandes canastas llegó todavía siendo infantil cuando, en un campus que hacía Mayoral, se impuso en un concurso de triples. Demostrando la misma calidad en el tiro que su padre y mucha seguridad, Cabezas ganó un premio que recogió de manos del excelso tirador lituano Valdemaras Chomicius y Dee Brown (ganador del concurso de mates de la NBA con las míticas zapatillas Reebok Pump).

Su talento le llevó a ser referente de un Unicaja que se convirtió en cantera de talento nacional compitiendo por España contra los mejores equipos y los mejores jugadores. Allí se midió a Juan Carlos Navarro, Raül López o José Manuel Calderón, rivales que en verano se convertían en amigos para ir formando la mejor generación de la historia del baloncesto español.

Junto a ellos escribió las primeras páginas de una gloriosa historia con dos décadas de narración. Como parte del núcleo de confianza de Charly Sainz de Aja, Carlos Cabezas era jugador de finales de partido y compartía minutos con Raül o Juan Carlos gracias a su visión de juego y capacidad resolutiva. Sin embargo, su primera gran noche llegó por su otra virtud: su descaro.

En la final de Mannheim fue el encargado de anotar la canasta ganadora a pocos segundos del final… aunque la jugada se había diseñado inicialmente para Raül López. El base catalán, sin embargo, estaba sobre marcado; Cabezas, por el contrario, tenía el balón y sentía que era su oportunidad. “Esta me la juego yo”, pensó. Y España ganó un título premonitorio del que obtuvo un año después.

En Lisboa, y con Cabezas como nuevamente protagonista, España demostró al mundo del baloncesto que unos chicos descarados habían llegado para dar un vuelco al orden baloncestístico. Su triple a pocos segundos del final derrotó a Estados Unidos y evidenció que el descaro del base y sus compañeros de equipo les llevaría muy lejos.

Esa fue su canasta más importante, pero los años posteriores se fueron regando de tiros vencedores en Unicaja donde pudo disfrutar de los primeros grandes títulos del equipo malagueño: Copa Korac (2001), Copa del Rey (2005) y Liga Endesa (2006) endulzaron un palmarés que con la Selección Española alcanzaría su máximo logro en el verano de 2006.

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En la lejana ciudad de Saitama, Carlos Cabezas se convirtió en campeón del mundo. Fue un torneo duro pues no siempre contó con los minutos que hubiera deseado, pero supo afrontar su rol de base suplente con honestidad y siempre dispuesto a ayudar al compañero dentro y fuera de la pista. Él sabía que el baloncesto y el campeonato le darían una oportunidad, y esta llegó en la final.

Delante tendría a Vassilis Spanoulis, un diablo con el balón en las manos, pero al que conocía a la perfección por la infinidad de veces que sus caminos se cruzaron. La noche previa a la final Carlos conversó con Pau Gasol quien reforzó la confianza que tenía el grupo en el base. “Pau siempre ha sido un gran compañero y siempre hemos tenido una gran estima mutua”, confesó en el libro Juniors de Oro (Editorial DQ).

Su historia con la Selección continuó con la plata y el oro del Eurobasket del 2007 y 2009 respectivamente, sin embargo, también le dejó la espinita de no poder jugar unos Juegos Olímpicos. En 2004 se quedó a las puertas cuando Mario Pesquera prefirió a Jaume Comas en el último corte, y en 2008, Aito García Reneses no le llevó pese a saber que esa misma temporada sería su base en Málaga.

Los caminos de Carlos y Unicaja se separaron en 2009 y como toda historia de amor no lo hizo sin dolor. “Me fui con los ojos medio vidriosos, pero en la vida hay que tomar decisiones y decidí salir”, recordó. Antes pudo marcharse a la NBA pero ninguno de los escarceos con la liga estadounidense tuvo la seriedad que su estatus requería. Sí lo tuvo la oferta del Khimki de Moscú y ahí emprendió un viaje que le llevó a jugar en seis países y cinco equipos acb (CAI Zaragoza, Caja Laboral, Baloncesto Fuenlabrada, UCAM Murcia y Real Betis).

Apasionado del baloncesto, su corazón seguía latiendo con cada bote, con cada canasta y decidió darse un último homenaje regresando donde la historia comenzó: Uruguay. En la cuna de su padre disfrutó por última vez del baloncesto y recordó la pureza de un deporte que amó hasta la extenuación. Desde los entrenamientos con su padre en el parque de al lado de casa, hasta las noches donde brilló bajo los focos de los grandes escenarios. El baloncesto, para Carlos siempre fue una pasión sin medida.

Este viernes ese amor termina y lo hace con la camiseta que más quiso. Carlos, hoy como siempre, hasta que no metas la última, no te vas a casa.

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