Una ciudad cubierta por un aliento ambiguo, suspendida en un tiempo sórdido. Un tiempo que lleva años sin que nadie se cuide de contarlo. En Vladivostok abrieron las ventanas al mundo en 1991, y desde entonces a nuestros días las cosas van y vuelven, pero sólo dos de ellas prosperan impasibles e inexorables: los precios y la criminalidad. A los señores de la ciudad y a los teóricos del mundo la risa les contrae cuando escuchan de ciudades controladas por la mafia, porque Vladivostok es eso y mucho más. Vladivostok es otra cosa. Viven allí no pocos armenios, un enjambre de refugiados norcoreanos, bolsas de sin papeles y también rusos, rusos matizados. En la capital del este lejano lugar no se consideran rusos, y aún menos europeos. La geografía lo niega, pero la geografía allí vale tanto como un papel firmado; nada. En invierno se vive a 10 grados bajo cero cuando no hace frío, y se sobrevive muchos otros días a 30 bajo cero con tormentas de nieve huracanadas. Es mucho peor en Siberia, cuentan los habitantes de la zona... Y que en el averno, sólo que nadie ha vuelto para contarlo. A los extranjeros - entiéndase, gente que no sea de la región de Primorisky Krai -, se les aconseja no salir a la calle si el destino y sus naipes les han llevado hasta allí. Es un consejo que se acata, por puro instinto.
Y aunque parezca mentira, en Vladivostok también hay flores. Y un equipo de baloncesto, que en su segunda temporada en la Superliga rusa está próximo a clasificarse para las competiciones europeas de la temporada 2007/08. Peligro.
Ocho husos horarios al este de Moscú, a aproximadamente 9.300 kilómetros de la capital rusa, se halla la urbe menos europea del viejo continente. Una ciudad que no es ignorada por ser portuaria, y por estar a una hora de Tokio, a dos de Pekín y en la frontera con Corea del Norte. Viven en ese punto de encuentro y llegada del legendario Transiberiano cerca de 700.000 personas, con sus fábricas, su pesca, sus restaurantes, su cielo condenado tras un muro de contaminación... y con su equipo de baloncesto, el Spartak Primorye, comandado por Sergei Babkov y Mikhail Mikhailov, viejos conocidos del baloncesto español y emblemas de la cesta rusa.

Tenemos siempre el pabellón llenísimo, en todos los partidos. Todos aquí vienen a vernos. El gobernador de la región siempre está presente a menos que se encuentre en Moscú en viaje diplomático, o en otros países en viajes de estado. Está siempre pendiente del equipo de fútbol y del equipo de baloncesto, de sus equipos. Una operación, la de tener un equipo allí y con semejantes objetivos, mucho más ardua de lo que vulgarmente pudiera antojarse: Hacemos los fichajes antes de saber el calendario. Es muy duro para nosotros y para los jugadores que pretendemos fichar, pero cuando aceptan nuestro contrato ya saben lo que se van a encontrar. Hacemos todo lo posible para hacer el calendario más suave, pero es ciertamente difícil. Difícil como mínimo, pues el equipo de la liga rusa más cercano a Vladivostok se encuentra a 3.300 kilómetros al oeste, en Novosibirsk, la ciudad más grande de Siberia, la tercera mas poblada de Rusia y, casualmente, cuna en la que creció Sergei Babkov.
Génesis de un equipo imposible
Era octubre de 1999 cuando el por entonces entrenador del equipo de baloncesto de Vladivostok, Sergei Kliger, vio cumplido su deseo de profesionalizar al club. Nacía lo que hoy se conoce como el Spartak de Primorye, club que ese mismo año paladeó el éxito al conquistar la liga y la copa del campeonato de la Región del Este lejano. Un triunfo que formalmente le valió entrar en la liga rusa, pero que en realidad no le sirvió para abandonar el olvido que imponía su topografía, pues como en todos los nacimientos, en Vladivostok brotaba tanta ilusión como faltaba dinero. A pesar de todo, el equipo disputó en el año 2000 sus primeros partidos fuera de la región, jugando campeonatos sin rango alguno en China. Dos años mas tarde llegaron las primeras ayudas del gobierno, y ya en 2002 el equipo competía por primera vez en una liga de la confederación rusa. Para celebrarlo y mudarse como requería la efeméride, renovaron de arriba a abajo todo el complejo deportivo del SK Olimpiets, hasta permitirse el lujo de instalar en él un flamante parqué. De esa molécula, equipo de verdad, siguen en la plantilla el capitán Roman Bulganin (pívot, 2m10) y Evgeni Polischuk (alero, 1m99), los dos formados íntegramente en el baloncesto local. El equipo fue creciendo a razón de categoría por año, al tiempo que el gobierno subía el presupuesto, y en la campaña 2005-06 llegaba, por primera vez en su historia, a la máxima categoría del baloncesto ruso consiguiendo, en su primer año, una nada desdeñable novena posición.

...a mil y un lugar
Hay dinero, mucho. Y para los extranjeros, billetes y lo que haga falta. Deane lleva dos años aquí y es feliz porque tiene todo lo que pide. Él y los demás extranjeros del club tienen, por ejemplo, un microbús con su propio conductor a su disposición las 24 horas día. El club siempre está preparado para todo lo que piden. Sólo tienen que entrenar y jugar. Ese es su único problema. Ése, y un calendario que cumplir, con partidos cuadriculados al estilo NBA, con cuatro consecutivos a domicilio, seguidos por otros tantos en casa. Por ejemplo en febrero, el Primorye jugó siete partidos en 26 días: el primero en Vladivostok, el siguiente en Surgut, al norte de Siberia, los tres inmediatos en Moscú y los dos últimos de nuevo en casa. Encuentros -el balance fue tremebundo; 1-6 cuando hasta entonces el equipo llevaba un 7-5- y viajes que no se pueden contar, sólo vivir. La diferencia horaria de Moscú a Vladivostok es de siete horas. Es mucho, pero vamos en vuelos regulares y siempre en primera clase y en aviones con camas. Así no es tan pesado, y podemos sacar un poco de ventaja a los viajes. A pesar de todo el lujo y demás comodidades, el dinero no ha podido (todavía) con el jet lag. Tampoco todo el dinero del gobierno de la región. Viajamos cinco días antes a la zona donde jugamos para evitar el jet lag y la fatiga por la diferencia de horarios. No tenemos partidos semana a semana, y esto es lo más problemático del calendario. Tenemos tres o cuatro partidos en 10 o 12 días, y luego unas pequeñas vacaciones. Como en marzo, cuando el equipo sólo ha disputado dos partidos, uno el 8 y el siguiente el 24. En estos periodos aprovechamos para jugar contra equipos de otras ligas. Por ejemplo en noviembre viajamos a Japón -75 minutos de trayecto- y jugamos en Niigata y Tokio. Japón, Finlandia (en diciembre, aprovechando una parada en la zona de Moscú) o China. Cualquier sitio y liga es buena con tal de no perder el ritmo de competición: A veces no hallamos la manera de viajar y jugar en días laborables porque los equipos tienen liga el fin de semana, y tenemos que pasarnos un buen tiempo sin jugar. Entonces los extranjeros viajan a su casa cinco o seis días, y a los otros jugadores les damos descanso. Sólo trabajamos con los jóvenes.
Para llegar a Vladivostok hay que cruzar toda Europa y media Asia
Una odisea en la tierra
Es el peaje por haber nacido en los confines del continente, al otro lado de la vida. Y por no formar parte de la clase noble y selecta de la liga. No jugar todas las semanas, o hacerlo en los seis primeros días de competición, y del tirón, contra Dinamo Moscú, Khimki y CSKA. En Rusia no todos los equipos son como en la ACB, similares en calidad y todos muy importantes. Aquí los equipos importantes son los que juegan Euroliga, Copa ULEB o FIBA EuroCup, y los calendarios se hace pensando en ellos. Y continúa: Nosotros jugamos los tres primeros partidos de la temporada en casa contra Dinamo, Khimki y CSKA, para que luego, durante la temporada, ellos no tuvieran que pensar en el viaje para jugar en Vladivostok. Porque viajar al este lejano no es un viaje cualquiera. Para nada. Ir de Moscú a Vladivostok requiere una llegada con un mínimo de tres días de antelación a la hora del partido para mitigar los efectos del jet lag. Esto desde Rusia, pero acceder al extremo del mundo desde algún punto de la Península Ibérica significaría experimentar en carne viva una odisea. En Vic (Barcelona), saben exactamente hasta que punto.

Entrar en Playoff y jugar en Europa está en nuestras manos. Salvo hecatombe mítica, esto es, que eliminen a CSKA o Unics en primera ronda, sólo pueden acceder a la FIBA EuroCup (7º y 8º de la pasada campaña, como en la ACB) o a la Eurocup Challenge (9º). Tenemos un partido muy importante contra Spartak de St. Petersburgo en su casa, nuestro rival para la séptima u octava posición. Pero trabajamos y luchamos para ganar, apostilla con lógico optimismo Mikhailov. Antes de, con cierto pesar, constatar: La única lástima es que si nos clasificamos seguramente tendremos que jugar en Moscú los partidos como local, porque los equipos de Europa ven muy difícil llegar hasta aquí. Es una semana o más de preparativos, y no creo que tengan muchas ganas de jugar contra nosotros en Vladivostok. Queremos jugar aquí y el gobernador también, pero será muy difícil. El sentido común debería ser otra de las cosas que el dinero del gobernador no debería poder comprar.
Porque ir hasta allí y jugar un partido después de haber saltado en el mar helado que existe frente al pabellón estará muy bien. Incluso comer un buen pescado acompañado de fino licor junto a la compañía de Babkov y Mikhailov. También sería maravilloso acudir hasta la que cuentan que es la casa en dónde nació Yul Brynner. Pero caramba, un vuelo Madrid-Estambul en diciembre para jugar contra el Besiktas, aun con derrota en el vuelo de vuelta, también podría ser maravilloso.