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Nik Caner-Medley: ¿Quién puede pararle?

De Eminem al guacamole y de Rucker Park al Ramiro, pasando por nieve y sol, descubre con Daniel Barranquero los pasos de un Nik que no se aburre de MVPs. El de abril, el último

  

Redacción, 28 Abr. 2011.- Si el baloncesto fuese religión, habría que peregrinar, al menos una vez en la vida, a ese lugar mágico de la neoyorkina calle 155, en la Octava Avenida, llamado Rucker Park. Envolverse de su misticismo, de su historia, de los nombres que forjaron su leyenda y de su épica anónima.

Probablemente Nik se hubiese incluido en el último grupo, creyendo haberse colado en aquel callejero templo de dioses terrenales. “La cancha estaba repleta, con cientos y cientos de auténticos apasionados y locos del baloncesto agolpándose alrededor de la pista”. Steve Francis a un lado, el suyo. Kobe Bryant al otro. Aquello parecía un sueño. Si en realidad lo era, este había comenzado mucho antes.


La puerta del baloncesto

Izquierda o derecha. Rojo o azul. Playa o montaña. Naranja o limón. La vida, caprichosa ella, se encarga de hacerte elegir continuamente, reservándote vivencias muy diferentes para cada una de tus apuestas. Nacido en Beverly, el pequeño Niklas se encontró muy pronto con dos puertas cerradas por franquear. Una, la de la música, con una bisabuela entregada a la ópera y unos primos virtuosos de la guitarra y el cante. Otra, la del deporte, con un padre enamorado del baloncesto que le entregó a su hijo su mayor herencia en vida. Solo quiso la llave de la segunda.

“Desde muy joven veía muchos partidos por la tele. También había en casa una pequeña canasta y con 5 o 6 años comencé a jugar. Poco más tarde, ya participaba en ligas infantiles”. No es que fuese especialmente alto a esa edad. Simplemente, lo que más le llenaba era el deporte y el baloncesto se le daba muy bien. Pronto comenzó a jugar a nivel federado, en competiciones infantiles.

Qué días aquellos. Del colegio a la cancha, billete de ida y vuelta. ¿Su casa? Para dormir y gracias. “Recuerdo que era un chico muy activo, practicaba a todas horas con mis amigos, día y noche. Como si había que encender los faros del coche para poder ver. Ya lloviera o nevase, estábamos en la calle jugando al fútbol americano, béisbol y, por supuesto, baloncesto. Era mi favorito y acabé decantándome por él. Solo recuerdo eso de mi infancia, solo me veo con una pelota en la mano. Mis padres me alentaron y me lo permitieron”, cuenta agradecido.

Nik Caner-Medley estudió en un pequeño centro, el Deering High School de Maine, donde pulverizó todos los registros anteriores. Tras crecer más de 12 centímetros en su temporada junior, pasó de base a alero convirtiéndose en el máximo anotador histórico, del instituto con 35,6 puntos, 15,7 rebotes, 4,6 asistencias y 4,2 robos de media en su último año. El equipo era modesto, sí, pero sus descomunales números le situaron en el mapa. Galardonado en Portland, reconocido por Sports Illustrated, convocado para el Adidas ABCD Camp –en el equipo de Chris Bosh y Taquan Dean- y con prestigiosas universidades norteamericanas suspirando por ese potente físico, aderezado con un prometedor tiro exterior. Había madera.

Momento de la entrevista de Daniel Barranquero a Caner-Medley


El orgullo de Maryland

Maryland sería su destino. La Maryland de Steve Blake y Drew Nicholas. La Maryland que Juan Dixon había dejado en la cima del mundo, con el título NCAA pocos meses antes. Demasiado elevado ese listón. Cualquier resultado deportivo en los cuatro años siguientes sabría a poco. Aunque el reto era apasionante. “Sí, sí, ha sido Mr. Basketball, pero Nik es de Maine… ¿quién juega al baloncesto por allí?”, se preguntaba el veterano Tahj Holden a su llegada. No le regalarían nada y de poco le servían las cifras de antaño, habría que empezar de cero. Y ‘Gunner’, como le llamaban por su tiro lejano, lo hizo sin complejos, ganándose en varias ocasiones la titularidad en su primera temporada (5,9 pt, 3,5 reb) y consolidándose en su segundo año (12,2 pt, 4,7 reb). Definitivamente, Nik había abierto la puerta correcta.

Nik era el blanco perfecto. Líder indiscutible del equipo en su tercera campaña (16 puntos, 6,2 rebotes de media), expresivo en la pista y de sangre caliente, para frenar a los Terrapins habría que pararle a él. Y todo valía. En Duke se dejaban la voz cada vez que Niklas se cruzaba en su camino. De llamarle “aguador” ("Water-boy") a cánticos alusivos a su novia o a su incidente policial. ¿Su respuesta? 25 puntos que le acabaron valiendo la nominación como MVP de la semana para la ESPN.


“Lo de Duke resultó una gran experiencia. Enfrentarme a un ambiente tan duro es diferente a lo de aquí, porque en España si me insultan, no me entero. Allí iban contra mi familia incluso, pero para mí fue un honor ya que si lo hacían era porque siempre jugaba bien contra ellos. Me motivaba mucho”, confiesa sonriente y cargado de orgullo. Empero, su venganza no pudo ser completa y su equipo se quedó sin disputar el torneo final de la NCAA por primera vez en muchos años, algo que se repitiría en la 2005-06, su despedida, pese a sus 15,3 puntos y 6,3 rebotes por partido.

Como si estuviese destinado a generar siempre debate, Caner-Medley suscitaba pasiones encontradas en su adiós. Era uno de los cinco jugadores en la historia del centro –junto al barcelonista Terence Morris- en superar a la vez los 1.500 puntos, 500 rebotes, 200 asistencias, 100 triples, 100 robos y 50 tapones, aunque, como estrella, el peso de la irregularidad del equipo caía sobre él, y se le tachaba de inconstante. No obstante, su tiro, su forma explosiva de finalizar jugadas, su condición de ambidiestro –era zurdo pero su mano derecha no era manca- y su potencia le abrían la puerta del olimpo NBA. Fue solo un espejismo.

Mal momento para lesionarse

Allí estaba Larry Bird. También Kevin McHale. Y Chris Mullin, más escondido. Ni aquel encuentro en Rucker Park ni ese campus previo al draft de 2006 eran ficción. Sus 22 puntos en el primer partido contra los Pistons, tampoco. La realidad pintaba sonrisas. El infortunio dibujó el olvido.

Estúpida lesión aquella de fractura por estrés sufrida en su pie justo antes del día cumbre. ¿Por qué a mí? ¿Por qué justo ahora?”, se lamentaría el de Beverly, que calmó su pena en aquella noche del draft en la casa de su madre, con su familia y amigos, viendo cómo sus esperanzas se reducían tras cada pick, con el único consuelo de que los Pistons, aquellos Pistons tan encandilados por su juego, tenían la elección número 60. Detroit eligió a Will Blalock, un base de Massachusetts con aportación testimonial en la NBA al que solo le falta fichar por el Asefa Estudiantes para imitar a Nik –además de Detroit, pasó por Maine, Sioux Falls y Artland Dragons-. Su intervención quirúrgica pesó. Sus 7 meses de baja, más. “Resultó decepcionante pero sabía que no tenía muchas opciones por mi lesión. Fue una época difícil pero aprendí mucho, ahora mirando para atrás valoro esa experiencia”.



“Siento que soy uno de los 60 mejores hombres de este draft”, dijo en aquel verano. Hoy, Nik, prefiere cambiar su frase. “No, no era uno de los 60 mejores jugadores del draft… sino de los 30. Honestamente, no había 30 mejores que yo. Siento eso tras ver mi carrera universitaria y otros muchos también lo pensaron". Con esa confianza en sí mismo, el jugador trabajó en su rehabilitación y no lo dudó al aceptar, en la primavera de 2007, la propuesta del Artland Dragons Quakenbrueck alemán.

“Necesitaba jugar. Suponía una buena oportunidad para ponerme en forma y volver a la pista tras tanto tiempo parado. Y lo pasé bien allí”. No era para menos. Entrenador norteamericano, excelentes resultados –finales de Copa y Liga- y un cambio cultural y de vida que le atrajo. Con erráticos porcentajes exteriores y acusando tanto la inactividad como el cambio de alero a ala-pívot, sus números fueron discretos (6,8 puntos, 4,6 rebotes por choque), si bien el objetivo de su apuesta europea se cumplió con creces.

Caner-Medley apuró su sueño NBA en el verano de 2007. Las buenas sensaciones que dejó en las ligas de verano con Sacramento le hicieron empezar la pretemporada con los Kings, con opciones de llegar por la puerta de atrás a la liga. Sin embargo, otra vez una lesión –esta, menos grave- se cruzó en su camino, por lo que terminó en la NBDL, con los Sioux Falls Skyforce, donde arrancó a lo grande, con una media de 21 puntos y 11 rebotes por choque.

Después de solo 6 partidos allí, cuando parecía que la NBA, por fin, sí parecía guardarle un sitio, cambió su carrera y su propia vida al oír los cantos de sirena provenientes de Gran Canaria, y cruzó otra vez el charco de inmediato. “Mi lesión me abrió los ojos acerca de lo frágil que es el futuro de un jugador”, reconocía justo antes de firmar por el cuadro insular. Qué poco ilusionaba en su llegada y vaya ojo clínico el del cuadro insular, con otro acierto extracomunitario, con otro regalo a la ACB.

“Tuve dos reacciones con la oferta del Granca. La primera, el honor de que me llamasen de la ACB, que ya sabía que era la mejor liga de Europa y donde quería estar. La segunda, ilusionarme con el clima y con su sol, y más después de tanta nevada aquel invierno. No quería estar en la liga de desarrollo mucho tiempo, me ilusioné y estoy feliz por haber tenido esa oportunidad”. En la isla, entre tapa y tapa y chapuzones en el mar, prolongó esa evolución mostrada en Alemania, sintiéndose cada vez más cómodo en posiciones interiores, alternando partidos muy serios (13,6 puntos de media en la ULEB y un MVP semanal de la ACB en su bolsillo) con otros en los que no se le veía.



Sus guarismos, 7,8 puntos, 4,3 rebotes y 8,2 de valoración que no empañaron un buen sabor de boca en el CID, por su profesionalidad y compromiso. “Había competencia en mi posición y no jugué muchos minutos, menos de 20 por partido. Pero sirvió como forma de aprendizaje, ya que no sabía cómo era el baloncesto español. Veía y aprendía. Para ser la primera experiencia estuvo genial, y descubrí qué aspectos debía mejorar en mi juego”. Desde entonces, nadie le sacaría de la ACB. Y eso que estuvo muy cerca…

Errar para crecer

Parecía la oportunidad perfecta para el despegue definitivo. El Capo d’Orlando italiano le había hecho una oferta difícil de rechazar. “Quise ir a Italia porque su entrenador me prometió jugar 35 minutos por partido y pensé que era una opción idónea para explotar”. Todo quedó en papel mojado. Un tsunami burocrático llevó al UPEA a la Serie C –quinta división en Italia- en ese 2008 y Nik se volvía a casa decepcionado. Golpe de suerte para el Cajasol.

El conjunto hispalense no pudo empezar peor la liga, hundido en la tabla y con olor a descenso desde muy pronto. Tocaba revolución. “Antes del final de la primera vuelta me llamó el Cajasol, que estaba último. Pero me pareció un reto interesante e intenté ayudar lo máximo posible para conseguir la permanencia”. De la mano de Pedro Martínez, al que Nik cita como uno de los entrenadores que más le han marcado, los sevillanos consiguieron el “milagro”.

Clay Tucker quedó como el héroe, a base de exhibiciones anotadoras pero la ayuda de Caner-Medley, que llegó para reemplazar a Warren Carter, resultó importantísima. Al segundo partido ya había rozaba los 30 de valoración. Anclado en los dobles dígitos (10,7 pt) y brillante en el rebote (8), el norteamericano se ganó a San Pablo. Por eso le dolió aún más salir por la puerta de atrás.

El 22 de mayo de 2009 saltaba la noticia. El Cajasol le imponía al ala-pívot la multa más alta que permitía su régimen interno tras una pelea con su compañero del filial Diouf. Niklas acabó en el hospital por las heridas en su rostro. Su oferta de renovación acabó en el limbo. “Éramos compañeros aunque no salíamos mucho juntos. Fue una discusión y la situación fue a más, hasta que ocurrió. Los dos somos hombres, tenemos nuestro orgullo y a veces una situación lleva a otra. Es un buen tipo. En los medios de comunicación no fueron del todo exactos con la noticia, ya que no estábamos en un pub sino caminando por la calle. Pero ya da igual. Es una lástima porque habíamos tenido una buena temporada y resultó un final amargo, que me dejó triste. Mis padres me dijeron que aprendiese y no lo volviera a hacer. Y es algo que he hecho, he aprendido de esa situación, seguro que él también. He evolucionado”.



Esta vez no había sido una lesión. Tampoco le tocaba adaptarse a la presión del campeón, como en Maryland, o al estilo europeo, como en su etapa alemana y canaria. Sin embargo, aquella pelea podía sepultar su incipiente carrera. Una mala noche y todos los méritos al garete. El punto de inflexión era crítico y únicamente un conjunto se atrevió a darle otra oportunidad. ¿Se entiende ahora que Nik parezca criado en el mismísimo Ramiro de Maeztu? “Les daré siempre las gracias. Los equipos se echaron atrás, nerviosos, por mi incidente en Sevilla. No se fiaban de mi carácter, del tipo de persona que soy. El Asefa Estudiantes tomó sus riesgos, sabía que solo había sido un error mío, y fue el único club ACB en presentarme una oferta. Me sentí muy agradecido y les dije a Nacho Azofra y a José Asensio que no iban a tener problemas conmigo. Les di mi palabra de honor. Vine a demostrar mi auténtica personalidad. Soy buena persona y sólo tuve un error”. Acababa de nacer el idilio más pasional de la carrera de Nik.

Romance estudiantil

“Estoy seguro de que va a crear una gran conexión con la afición del Estu porque es puro corazón y lo da todo en el campo”. 'Nostradamus' Azofra dio en el centro de la diana en la presentación de Nik como jugador colegial. Tan lejos y tan cerca quedan ahora sus exhibiciones de la pasada campaña. Aquellos 20 puntos en Valladolid que sirvieron para que el Asefa Estu resucitara tras su 0-5 inicial en liga, su heroico show copero, con 24 puntos frente al Power Electronics Valencia, el día que se comió al Caja Laboral con otra veintena, su MVP del mes tras un mayo supremo. Sus gestos, su implicación, su lucha. “Pinone 2.0”, que dijo para bautizarle Matías Castañón.

En verano, Medley, como le llaman sus amigos, vivió un culebrón. No obstante, como en toda buena telenovela, los amantes se reencontraron con un final feliz. Media ACB le seguía, el Air Avellino le hizo una oferta y rozó la NBA con la yema de los dedos tras conquistar a los Clippers en la Summer League pero una lesión -¡otra en mal momento!- en su muñeca le dejó en el dique seco por dos meses. Su amor colegial le esperaba con los brazos abiertos y, muy tarde, en pleno octubre, se confirmó su regreso al Asefa Estu. Y todos contentos. “Es el primer equipo en el que estoy más de un año en mi etapa profesional. Me encantan mis compañeros, la experiencia y el reto. Y ahora quiero jugar el Playoff y acabar fuerte la temporada”.

Todos juntos, de carrerilla. Jugador de la Jornada 8, Jugador de la Jornada 21, Jugador de la Jornada 23, Jugador de la Jornada 31. MVP de febrero, MVP de marzo, MVP de abril. No es un trabalenguas. Es un dominio insultante. Maldita la hora en la que se le ocurrió celebrar cada galardón invitando a sus compañeros a una pizza: “Ahora soy pobre y tengo que ir en metro”. Jugador más valorado de la liga (18,1), rey de los rebotes (7,7) y 4º en anotación (14,9), Si los números no gritan lo suficiente, sus acciones hablarán por él durante mucho tiempo. Ese tiro libre para tumbar al Regal Barça, aquel tapón a Oleson para derrotar al Caja Laboral, su sencilla perfección para hundir a Unicaja (17 pt, 15 reb, 37 val), su salvaje primera parte en el CID (¡27 valoración!) o sus dos minutos y medio mágicos contra el Menorca, en los 153 segundos más completos realizados por un solo jugador ACB en años.



¿Dónde queda el límite para un jugador con tan poca mesura? Lejos, aún lejos. “Sé que aún puedo mejorar y tengo mucho por aprender. Intento ser mejor cada día, en cada entrenamiento. Me gusta ver vídeos de los partidos para reconocer las cosas que puedo pulir, estudiar el juego y crecer como jugador”. Además de exprimir sus ratos libres entre vídeos, participa en entrenamientos voluntarios con Ángel Goñi y, lejos de mirar de reojo en el futuro –“No me queda tiempo para ello”-, sólo piensa en el Asefa Estudiantes, como si en cada partido tuviera que darle las gracias al club por confiar en él cuando su imagen estaba más dañada.

Con esos ingredientes, el romance entre jugador y afición era “inevitable. A mí me gusta jugar con entusiasmo y energía. Los seguidores también lo tienen y era imposible no llevarme bien con ellos. Compartimos energía. Yo siento la de la grada y ellos notan la mía cuando juego duro por el equipo. Es una gran experiencia jugar para estos aficionados”. De líder a estrella, pasando de 12,2 puntos, 6,4 rebotes y 13,2 de valoración a 17,4, 9 y 22,8 respectivamente en la segunda vuelta, el placer parece mutuo.

Hip hop con guacamole

¿Qué tienen en común Nik Caner-Medley y Marcus Slaughter? ¿Qué juegan en ACB tras pasar por la NCAA? Cierto. ¿Qué los dos sufrieron en la noche del draft tras tocar la gloria? También. Y una tercera. Ambos se quedan con el "Lose yourself" de Eminem como la canción de sus vidas. Y es que Nik es un loco de la música. Rhythm & blues, hip hop, rock & roll y lo que surja. “Prefiero ser entrenador pero cuando sea más mayor sí me gustaría ser productor o algo parecido”, confesaría en una ocasión en el AS. ¿Abrimos la segunda puerta, Nik? ¡No tan rápido! “Me influye esa parte de mi familia tan relacionada con ese terreno, aunque más aún mi padre con el baloncesto. Me gusta escuchar música pero yo a lo mío, dejo que los músicos hagan su trabajo”.

Amante de los animales y muy cómodo durante la entrevista en el corazón de Faunia, el estudiantil no se lo piensa a la hora de identificarse con una especie en concreto. “Soy un amante de los perros. Pero en el contexto adecuado, eh, que no tengo nada que ver con ellos. Sí que queda mal decir que soy como un perro, mejor no lo pongamos”, explica entre carcajadas. Caner-Medley transforma su discurso en latino a la hora de hablar de comida. “Nachos, guacamole…mmm, me vuelven loco”, confiesa con acento mexicano al reconocer que es un enamorado de la comida de ese país. “Cuando tengo la oportunidad la como, aunque hay que tener cuidado y moderación. Es una comida que me encanta y hay buenos sitios por Madrid”.



Con esa conexión con la grada, clima, comida, música y hasta moda -no se le da mal posar-, el estadounidense se siente como pez en el agua en la capital, sacando jugo a su tiempo libre en su día a día. “Soy un tipo relajado y tranquilo. Entreno, voy a casa, veo la tele y devoro la NBA, ahora más con los Playoffs. Salgo a la calle con el perro o me da por caminar y descubrir sitios de Madrid. Además veo películas, me encanta bromear con familia y amigos y salir con los compañeros de equipo. Disfruto estar rodeado de gente, odio estar solo, así que imagínate qué ilusión me hacen las visitas. Mi madre viene a verme un par de veces al año, mis amigos también”. ¿Y tu novia, Medley? “Vive en Miami”, replica con cara larga. Romanticismo a un lado, su nacionalidad rusa hace vislumbrar un pasaporte europeo en el horizonte que aún se hace esperar.

“El baloncesto es lo primero en mi vida”, confesaba Niklas a su llegada a España. Tampoco es que lo disimule demasiado ese voraz ala-pívot con hambre de títulos obsesionado por el Playoff que ahora encuentra otros motivos por los que luchar: “Quiero salud para mí y los míos, casarme con un poco de suerte, algún hijo y tenerlos a todos contentos”. Entre sueño y sueño, turno para un misterio, el de su apellido compuesto, con Caner, el de su progenitora, por delante, algo muy poco común en Estados Unidos. “Mi madre no quiso cambiar su apellido cuando se casó con mi padre y él, que es un tipo muy majo, aceptó. Entre ambos decidieron lo de Caner-Medley. Está guay, ¿verdad? Pues mi mujer llevará el mío”. Y vuelve a sonreír.

Es el reflejo de su dulce momento, como dulce es su dominio. Ojalá todas las dictaduras del mundo fuesen así. Atrás quedan las dudas, la irregularidad o las lesiones en mal momento. Ya no hay rastro del lamento o la melancolía, del constante “What if” y de la urgente necesidad de demostrar cómo era dentro y fuera de la cancha. Ya le conocen. Ya le temen. Y sin perder esa humildad que le hace despreciar todos los MVPs en su bolsillo y en el horizonte con tal de que su equipo gane, le toca guiar a su equipo hasta el anhelado Playoff. Con el misterio de su apellido resuelto y a falta de comprender algún día cómo cabe tanta intensidad, pasión y compromiso en solo 203 centímetros, quizás vaya siendo hora de pasar a preguntas un poco más complicadas de responder: ¿Quién diablos puede pararle?