Artículo

Drazen versus Petrovic. La transformación del mito

Drazen era un demonio de pelo ensortijado, lengua burlesca, gesto desafiante que maduró en Petrovic, un tipo de rictus más controlado y aspecto más recio por obra y gracia del banquillo y la guerra. Drazen Petrovic era un chico introvertido que explosionaba cuando sentía el tacto del cuero. Porque, pese a su transformación en la pista, al croata siempre lo empujó una voracidad competitiva no igualada.

Un ídolo en Sibenik y Zagreb. Un demonio de pelo ensortijado y lengua burlesca. Drazen. (ACB PHOTO)
© Un ídolo en Sibenik y Zagreb. Un demonio de pelo ensortijado y lengua burlesca. Drazen. (ACB PHOTO)
  

Drazen Petrovic fue amado y odiado como ninguno en los años 80. Su carácter faltón y provocador entroncaba en la peor escuela balcánica que tenía a Kicanovic como estandarte. Mentor de esa manera irreverente de ver el basket fue su propio hermano, Aleksandar. No es posible entender a Drazen sin valorar a su primogénito; primero, como rol a imitar; y segundo, como figura a superar.

De Aco aprendió a jugar y luego obsesionarse con el juego, a dedicarle ingentes horas de práctica en una canasta en la Preradoviceva Ulice (calle Preradoviceva). Pero el exceso que caracterizó a Drazen le llevó a exagerarlo en sesiones de hasta 6-7 horas diarias antes, durante y después de las clases. Sesiones en las que inicialmente le acompañaron tres amigos hasta que abandonaron exhaustos por su compulsiva autoexigencia. Uno de ellos, amigo íntimo hasta el último de sus días, le llegó a calificar como “loco y obsesivo”. Un tal Neven Spahija.

Ser el hijo pequeño de Biserka y Jole le otorgó una rebeldía mayor que la de su hermano. Los benjamines tienden a ser más creativos e independientes. A necesitar y robar la atención de los padres. Drazen ni mucho menos fue un niño extrovertido, más bien todo lo contrario: extremadamente educado, tímido y familiar. Pero no soportaba la idea de perder, probablemente porque nunca quiso ser menos que su hermano.

Ni siquiera los intentos paternos de dirigir su virtuosismo hacia el dominio de la guitarra lo desviaron de unos raíles bien rectos. Drazen reservaba para la pista su creatividad. Su desbordante creatividad. Un genio forjado en la observación y en esas miles de horas de incansable trabajo, porque su gula competitiva no tenía fin. Es cierto que Drazen se fijaba en el nivel de sus rivales como listón a superar, pero no quería ser EL mejor. ‘Simplemente’ quería ser mejor. Él y solo él. Su rebeldía se fundamentó en elevar su grado de excelencia individual hasta la más absoluta perfección en cada detalle del juego con el objetivo único de ganar. Y de volver a ganar.


“Él sabía que podía anotar y que era el mejor pero en un buen ambiente con jugadores de calidad él pasaba el balón y estaba contento, a pesar de no poder saciar algunos vicios. Hacer buenas jugadas como LÍDER”. Zeljko Pavlicevic(1)

A simple vista, Drazen solo confiaba en Drazen. Los 62 puntos de la final de la Recopa son una antología de la inagotable confianza que tenía sobre su juego. Si hacía falta saltarse los códigos ocultos de un vestuario, si para levantar el trofeo debía saltarse todas las normas escritas o implícitas, él lo hacía sin el más mínimo atisbo de rubor. Es más, muy probablemente a Drazen Petrovic le divirtiera lograr sus ambiciosos objetivos si en el camino destrozaba los patrones, como el primer día que se enfrentó a su hermano e ídolo (él ya en Cibona y Drazen aún en Sibenka): Aco acabó humillado y con un pasaporte sellado hacia el banquillo con cinco faltas. Ganar sin compasión.

Sin embargo, rascando en su historial descubrimos a un gran pasador, especialmente estando en la Cibona. El balón era completamente suyo. Él creaba, él definía, el decidía. Su altísima producción anotadora no siempre iba en detrimento de sus compañeros, ni en los partidos más complicados. En la final de Copa de Europa en Budapest que los croatas vencen al Zalgiris Kaunas de Sabonis, Drazen repartió juego para que fueran Cvjeticanin y Usic los máximos anotadores del partido.

“Hay en Sibenik un chaval que será mejor que Kicanovic, Dalipagic y yo. Nos va a superar a todos ... Se llama Drazen Petrovic. Recordad este nombre”. Moka Slavnic, 1979(2)

Bien pronto derrumbó los estándares el pequeño demonio. No era suficiente debutar en la Prva Liga de la mano de Slavnic con 15 años y dos meses, apenas dos temporadas después de ingresar en el Sibenik. Tampoco lo fue explotar como titular en su tercera temporada y llevar al modesto equipo dálmata a dos finales de la Korac y ganar un título de liga que luego los despachos anularían (2). O alcanzar la selección plavi con 19 años.

Drazen siempre se exigió más. Cuando Europa entera descubrió al insolente “niñato” yugoslavo, éste ya desplegaba una enorme virtuosidad combinada con una lectura constante de su defensor. En su etapa con la Cibona ya desbordaba con su explosiva combinación de bote entre las piernas derecha-izquierda y salida con otro bote tras la espalda devolviendo el balón a su mano derecha. Detener el “ciclón Drazen” parecía imposible hasta que el minúsculo Muggsy Bogues lo dejó en 12 puntos en el Mundial de España’86.

Su gama de recursos era tan amplia como situaciones defensivas le planteaba su oponente. Siempre tenía un conejo en la chistera para crear magia, para divertirse y, en bastantes ocasiones, humillar. Puño al aire, saltos con piruetas, gestos hacia la grada. En la pista concitaba toda la atención que perseguía. Para lo bueno y para lo malo. Las cámaras solo captaban una pequeña parte de su show, porque de su hermano había aprendido otras “argucias” para desquiciar incluso al más flemático.

Para sus seguidores era una suerte de dios corpóreo. Drazen les daba lo que pedían. Devoción. Pero para las aficiones rivales también tenía “regalos”. Odio. La irrupción de la TV en el basket de los 80 multiplicó esos sentimientos hacia su figura a la enésima potencia. Especialmente en el Real Madrid, con sus continuos enfrentamientos (nunca mejor dicho) en Copa de Europa.

Por estas latitudes, había muy pocas ocasiones de ver a Drazen. Las revistas alimentaban la bruma de sus legendarias actuaciones allá en la lejana Yugoslavia y la TV nos traía dos regalos por temporada, en el mejor de los casos. En esas condiciones de falta de información, la imaginación hacía el resto.

Su animal competitivo se correspondía con la misma ferocidad de la afición en los salvajes años 80, de cuando se premiaba la audacia, de cuando en este país asomábamos la cabeza por Europa con provinciana curiosidad e inocencia. Aquel baloncesto de espíritu netamente ofensivo que desplegaba Mirko Novosel con la Cibona era perfecto para una época en la que el trabajo defensivo brillaba casi por su ausencia.

Drazen y Epi establecieron un duelo breve pero legendario en ACB (ACB PHOTO)
© Drazen y Epi establecieron un duelo breve pero legendario en ACB (ACB PHOTO)

”Mucha gente nos criticó por ficharle, pero yo siempre decía que a los cinco minutos cambiaría los pitos por aplausos. Me equivoqué: no fue a los 5 minutos, sino a los 3”. Lolo Sainz(3)

Cuando Drazen llegó a la ACB, despertó tan inusitado interés inusitado en todas las canchas que a la temporada 88-89 se le conoció como “La liga de Petrovic”. Una liga que no ganó, como el gol de Pelé, que tampoco fue tal. También se ganó el amor apasionado de una afición rival que lo había odiado hasta esos extremos de los que hablábamos antes.

La transformación fue radical. Drazen era un jugador de personalidad arrolladora, un líder de fuerte magnetismo y empatía que hacía partícipe a su público de sus sensaciones. Y poco tardó en superar la desconfianza inicial, tal vez porque Ramón Mendoza, presidente del Real Madrid, había llegado a tiempo para arrebatarle al FC Barcelona un fichaje que estaba prácticamente cerrado. Tal vez porque hizo felices a muchas personas. O quizá porque siempre era mejor tenerlo como aliado que como enemigo.

Drazen lo mediatizó todo durante aquella campaña. Desde la famosa “bula” de Aíto a los ostentosos gestos de victoria de Epi en el quinto partido de la final o el tan comentado arbitraje de Neyro. Todo giraba entorno a un chico que respetaba a Fernando Martín, cuyo marcado carácter en la pista chocó frontalmente con el recién llegado. No obstante, el famoso enfado del malogrado pívot en la final de Atenas se debió tanto al individualismo de Drazen como al escaso reconocimiento público que tuvo su juego oscuro en un partido que jugó infiltrado y con un dedo roto.

Banquillo y pocos minutos de calidad. Petrovic se topó con una realidad no prevista en Portland. (ACB PHOTO)
© Banquillo y pocos minutos de calidad. Petrovic se topó con una realidad no prevista en Portland. (ACB PHOTO)

“Fue muy duro para él. Sabía que podía jugar, que nunca tuvo la oportunidad de mostrar lo que podía hacer”. Vlade Divac(4)

Y, sin embargo, nada le colmaba más que la NBA. Drazen lo tenía entre ceja y ceja y el partido contra los Celtics en el Open McDonald’s del 88 le sirvió para probar sus virtudes ante dos defensores de la talla de Dennis Jonson y Danny Ainge. La NBA... Allí estaban los mejores.

Estados Unidos ya le había reclamado en diversas ocasiones. La universidad de Notre Dame arrancó un compromiso con Drazen tras su servicio militar en 1984 antes de recalar en la Cibona. Incluso antes de firmar por el Real Madrid, Portland le había lanzado cantos de sirena, si bien no fue hasta la temporada siguiente que echó las redes y provocó una salida traumática, indemnizaciones mediante. El chico sentía el pálpito de un nuevo y jugoso reto, aun a costa de romper un contrato de 4 años con la entidad blanca.

Sin saberlo, con su marcha a Estados Unidos, Drazen dejaría de existir como tal y se transformaría en Petrovic. El insolente e individualista Drazen se atemperaría a golpe de banquillo en Portland. Aquellas defensas de Dennis Johnson, Ainge y Bogues que el croata se encontró puntualmente pasaron a ser el pan de cada dos días. La dura realidad en una época en que USA miraba con cierta compasión a los europeos.

“Jugaba como si tuviera algo que probar. Todos esos jugadores europeos podían estar en el escalón superior de juego, pero poca gente lo creía”. Willis Reed, GM de New Jersey(5)

Rick Adelman, el mismo que daría rienda suelta a Stojakovic o Divac en Sacramento o ahora alimenta los sueños de Ricky, fue inflexible con unos roles muy marcados de antemano en un equipo que no podía esperar a nadie: el anillo estaba al tocar de los dedos. Petrovic, cuyas virtudes defensivas brillaban por su ausencia, contaba con Porter y Drexler por delante en su posición. Los 12 minutos de medio del europeo sabían a nada, más aún cuando al verano siguiente llegaría un viejo conocido para realizar esas funciones de “stopper”: Ainge. Y sus minutos se redujeron a la mínima expresión, a la altura del "“role player" que Drazen nunca había sido.

El croata se sentía enjaulado y así lo compartía con su íntimo amigo en la selección yugoslava, Vlade Divac, que disfrutaba de más confianza en su estreno con los Lakers. El hábitat natural de Petrovic era el parqué; su mente no concebía el descanso. Su paso por los Trail Blazers fue un duro golpe a su orgullo, pero nunca amenazó su hambre de mejora. Trabajó, como siempre, más horas que nadie, en durísimas sesiones físicas para adecuar su cuerpo a las exigencias de la NBA. Cuando se materializó su traspaso a East Rutherford (New Jersey), Petrovic estaba más que preparado. Supuso una liberación en todos los sentidos.

“Este chico será All Star en dos años. Os lo garantizo. Nunca habéis visto a nadie tirar o trabajar tan duro como él. Fue el primero en llegar y el último en irse en todos y cada uno de los entrenamientos. Has de respetar a un jugador así”. Clyde Drexler(4)

Los Nets y Petrovic se necesitaban mutuamente. Una franquicia en construcción y un jugador más hambriento que nunca. Petrovic perfiló su juego como tirador... y como pasador. Dirigió su juego hacia mejorar esos aspectos del juego que le convirtieron en un imponente lanzador de tres y en un generador de juego tras bloqueo indirecto cuando antes era un maestro en el 1x1.

“Me considero el mejor tirador de todos los tiempos, pero hay un tipo que me supera: Drazen Petrovic. Era mi némesis. Es el mejor que he visto nunca”. Reggie Miller, en Open Court, NBA TV(6)

Lo logró, claro, como todo lo que se propuso. Su insolencia se había interiorizado, pero seguía presente. Su relación con Coleman o Morris era a menudo tirante porque todos querían el balón. Y Petrovic no se arrugaba si tenía que defender su parcela, por muy europeo que fuera. Mientras, a los mejores rivales en su posición los tuteaba y retaba... En una época donde los mejores respondían a apellidos tales como Miller o Jordan. Pero ese proceso de introspección se agudizó, ante todo, con la dureza e incertidumbre de la Guerra de los Balcanes. El mismo proceso que le alejó de Vlade Divac, su apoyo moral en su dura etapa en Portland, relatado en el famoso documental de ESPN “Once Brothers”.

Petrovic volvió a sonreír con Croacia (ACB PHOTO)
© Petrovic volvió a sonreír con Croacia (ACB PHOTO)

“Te describiré lo que es un momento difícil. Llamar a tu casa en Zagreb y que tu madre te comunique que ha muerto un amigo de tu infancia”. Petrovic. (3)

Petrovic transformó el sufrimiento en orgullo cuando pudo representar a su país en Barcelona’92. Allí se presentó con sus amigos Toni, Dino y Stojan a discutir la hegemonía del Dream Team en una final mítica. Un equipo, el norteamericano, que acudía con los “pros” tras la debacle del Mundial de Argentina’90. En el podio del Luna Park, Drazen miraba por encima del hombro a Alonzo Mourning. Los mejores universitarios USA habían sido superados en semifinales por la mejor selección europea jamás reunida, con 31 puntos del genio de Sibenik. Fue su último torneo con la camiseta plavi.

”I’'m a winner / You'’re a winner / Let'’s enjoy it till it lasts”. Pet Shop Boys, ”Winner”

La disgregación de Yugoslavia fue ese ‘Sueño Robado’ que tan magistralmente desmenuzó Juanan Hinojo en su libro homónimo, pero más lo sería la abrupta muerte de un Petrovic que se disponía a jugar el primer Europeo en la corta historia de Croacia.

La certeza que siempre emanaba el juego de Drazen Petrovic soltó las riendas de la imaginación más desbordante. Su muerte alimentó la leyenda de un jugador sin igual y nos dejó huérfanos de esas respuestas por las que él trabajó sin descanso. Su legado inspiró a jugadores como Wade o Morrow, pero también fue una losa para sus “sucesores”, como Komazec o Sesar.

La figura de Drazen Petrovic sigue generando controversia 20 años después de su muerte, señal inequívoca de que nunca pasó desapercibido. Rebelde y virtuoso, insolente y genial, autoexigente y mágico. Amado y odiado. Drazen versus Petrovic.


(1) Solobasket.com
(2) "Sueños Robados". Juanan Hinojo. Y Vladimir Stankovic en este artículo
(3) Drazen Petrovic. La leyenda del indomable. J.F. Escudero.
(4) NBA.com
(5) Slamonline
(6) Vídeo Youtube

Otras referencias imprescindibles:
- Vecernji
- Invasión o victoria . Gonzalo Vázquez y Máximo José Tobías.