Arriba en el dormitorio Baxter se desesperaba buscando algo. Las... tengo yo. Tribble extendió su mano. Eran las llaves del Nissan. Vamos, llévame. El hospital Leland Memorial quedaba a unos tres kilómetros al sur del campus, en Riverdale. Durante el trayecto no se dirigieron la palabra. Baxter se repetía lo mismo una y otra vez. No está muerto. Todo va a salir bien.
En el hospital el cuerpo médico luchaba contra reloj para que el corazón de Lenny volviera a latir. A las siete y media la sala de espera mostraba una inusual agitación. A David Gregg, Terry Long, Brian Tribble, Phil Nevin, Jeff Baxter y Keith Gatlin se había unido otro compañero de equipo, Speedy Jones, uno de los tres seniors junto a Baxter y Lenny, y el único que parecía entonces poder hablar.
-¿Habéis avisado ya a su familia?
Nadie levantó la cabeza. Había que armarse de valor para hacerlo.
-Lenny se va a poner bien. ¿Para qué alarmar...?
Gatlin corrió a uno de los teléfonos del pasillo.
-Señora Bias, soy Keith Gatlin, verá... cómo decirlo. Le llamo desde el hospital... Lenny ha sufrido un ataque. Se encuentra... bien...
-¿¡Qué!?
Desde allí Gatlin observó cómo un doctor entraba a paso ligero en la sala de espera.
-Bueno, chicos, necesito saber qué es lo que ha tomado...
-¡Cerveza! volvió a repetir Long Sólo tomamos unas cervezas.
-¿Nada más?
-No, nada más que... unas cervezas.
-Bien, que vosotros sepáis, ¿ha consumido Leonard alguna droga recientemente? ¿Algo de lo que podamos sospechar? Es importante.
Baxter miró a los tres que habían pasado la noche con él. Gregg se tapaba el rostro con las manos, Long negaba con la cabeza y Tribble callaba. El doctor desapareció de su vista.
Jones caminaba de una a otra pared de la sala hasta que se detuvo frente a Long.
-Terry, ¿qué es lo que habéis estado haciendo?
Long no contestó.
-Te estoy hablando. ¿Qué habéis estado haciendo?
-¡Ya lo has oído! ¡No hemos hecho nada! y salió corriendo de la sala. Gregg salió tras él. Por nada del mundo dirían la verdad. No podían hacerlo. Decir la verdad equivalía a destrozar la carrera de Lenny. Y Lenny iba a ponerse bien.

-David, por favor, dime qué es lo que habéis hecho. Dímelo.
Pero Gregg seguía callado.
-Dime la verdad. ¿Qué fue? ¿Un porro? ¿Fumásteis hierba toda la noche? ¿Eso es todo?
Sólo había que seguir un poco más.
-¿O fue... cocaína? ¿¡Eh!? lo zarandeaba ¿¡Fue cocaína!?
David Gregg rompió a llorar contra la pared. Jeff Baxter soltó su brazo. Sabía por fin la verdad.
En el quirófano el cuerpo médico a las órdenes del doctor Edward Wilson había seguido una escala muy precisa. Administraron al cuerpo de Leonard epinefrina de sodio. Había perdido toda la adrenalina. Después bicarbonato sódico para normalizar la acidez de la sangre. Y después lidocaína para despertar sus latidos. Y también calcio para hacerlo con el corazón. Y por último, para potenciar el efecto múltiple, una generosa dosis de bretilina. Sin embargo, el corazón de Lenny, siempre tan tozudo, seguía negándose a responder. Había pasado demasiado tiempo. Si volvía a latir el daño cerebral sería ya irreparable.
A las ocho, después de volver a hablar con su madre, Tribble sacó a Baxter de la sala de espera. Por favor, Bax, tienes que llevarme a casa. Baxter asintió. No era mala idea abandonar por un rato todo aquel infierno. Tenía además la firme esperanza de regresar con Lenny despierto. Durante el trayecto volvieron a no dirigirse la palabra. Al llegar, Baxter dio media vuelta y el Nissan desapareció. Cuando Tribble abrió la puerta de su apartamento sonaba el teléfono. Era John Walker, junto a Brian, el otro viejo amigo a quien Lenny había prometido el mismo día del draft unas zapatillas como regalo. Walker trabajaba como policía de distrito. Brian, ¿es cierto?. Conocía perfectamente el estilo de vida de Tribble. Dime, ¿qué vas a hacer ahora? Ten mucho cuidado. De inmediato Tribble corrió a despertar a Fobbs, su compañero de piso. Mark, tienes que llevarme a casa de Julie. Es urgente. Lenny esta muriéndose. Los dos estamos en peligro. ¡Corre!. Minutos después Fobbs conducía a toda velocidad su Jeep en dirección al apartamento de una amiga común de toda la vida, Julie Walker (18). Dentro del coche había lo suficiente como para abrir un informativo local.

-¡Se está muriendo, Bobby! ¡Se está muriendo!
Era Lefty Driesell, junto a su esposa Joyce. Súbitamente Wagner comprendió la gravedad de lo que ocurría. Pero siguió sin entender nada.
La voz de una mujer llegaba desde el otro lado del pasillo. Sonaba fatigada, como vacía y sin entonación. Todo va... a salir bien. Todo va a salir... bien. Lonise Bias trataba de calmar a su marido, que estaba siendo sujetado por dos auxiliares del hospital.
En el quirófano la voz del doctor Wilson se sobrepuso a todas las demás: ¡Deprisa, el marcapasos!. El cuerpo médico llevaba dos horas luchando con el corazón de Leonard. Pero nada daba resultado. Eran las nueve menos diez de la mañana.

-Señorita, ¡necesito hablar con el senador Kennedy!
-Me temo que eso es imposible ahora mismo.
-¡Es una emergencia!
De la inmensa carrera recorrida como abogado por Lee Fentress, director ejecutivo de Advantage International y orgulloso representante de Len Bias, haber servido como asesor de campaña por el partido demócrata para Robert Kennedy en las presidenciales de 1968, era un recurso inestimable. Tenía que serlo.
-Mmhh... un momento, señor Fentress.
No había tiempo.
-Edward Kennedy al aparato. ¿Quién le llama?
-Por el amor de dios, señor Kennedy, le pido, le suplico... que movilice ahora mismo un helicóptero con el mejor cardiólogo del estado de Maryland. ¡Urge un trasplante de corazón!
James Bias logró al fin deshacerse de los brazos que lo sujetaban tropezando al entrar al quirófano. El cuerpo médico se apartó a su paso y el hombre fue a caer de rodillas junto a la cama sobre la que yacía su hijo. Wake up, Leonard, wake up, youre my perfect son, wake up!.
A las 8:55 el rostro de Leonard Kevin Bias era cubierto con una sábana.