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La Última Noche: 7:00 – 8:55

Concluimos el relato de La Última Noche de Len Bias con la publicación de la cuarta y última entrega y las notas finales. A lo largo de toda la noche y de cuatro capítulos, G Vázquez ha retratado de manera fiel todo lo sucedido en uno de los episodios más oscuros y menos abordados desde aquella madrugada del 18 al 19 de junio de 1986. Ya puedes consultar la última entrega y notas finales que arrojan más luz a lo acontecido, pero también las tres publicadas a lo largo de la noche

Le llamaban The Horse
© Le llamaban The Horse
  
  • La Última Noche: 21:30 – 0:15

  • La Última Noche: 00:15 - 02:15

  • La Última Noche: 02:15 - 07:00


  • Arriba en el dormitorio Baxter se desesperaba buscando algo. “Las... tengo yo”. Tribble extendió su mano. Eran las llaves del Nissan. “Vamos, llévame”. El hospital Leland Memorial quedaba a unos tres kilómetros al sur del campus, en Riverdale. Durante el trayecto no se dirigieron la palabra. Baxter se repetía lo mismo una y otra vez. “No está muerto. Todo va a salir bien”.

    En el hospital el cuerpo médico luchaba contra reloj para que el corazón de Lenny volviera a latir. A las siete y media la sala de espera mostraba una inusual agitación. A David Gregg, Terry Long, Brian Tribble, Phil Nevin, Jeff Baxter y Keith Gatlin se había unido otro compañero de equipo, Speedy Jones, uno de los tres seniors junto a Baxter y Lenny, y el único que parecía entonces poder hablar.
    -¿Habéis avisado ya a su familia?
    Nadie levantó la cabeza. Había que armarse de valor para hacerlo.
    -Lenny se va a poner bien. ¿Para qué alarmar...?

    Gatlin corrió a uno de los teléfonos del pasillo.
    -Señora Bias, soy Keith Gatlin, verá... –cómo decirlo–. Le llamo desde el hospital... Lenny ha sufrido un ataque. Se encuentra... bien...
    -¿¡Qué!?
    Desde allí Gatlin observó cómo un doctor entraba a paso ligero en la sala de espera.
    -Bueno, chicos, necesito saber qué es lo que ha tomado...
    -¡Cerveza! –volvió a repetir Long– Sólo tomamos unas cervezas.
    -¿Nada más?
    -No, nada más que... unas cervezas.
    -Bien, que vosotros sepáis, ¿ha consumido Leonard alguna droga recientemente? ¿Algo de lo que podamos sospechar? Es importante.
    Baxter miró a los tres que habían pasado la noche con él. Gregg se tapaba el rostro con las manos, Long negaba con la cabeza y Tribble callaba. El doctor desapareció de su vista.
    Jones caminaba de una a otra pared de la sala hasta que se detuvo frente a Long.
    -Terry, ¿qué es lo que habéis estado haciendo?
    Long no contestó.
    -Te estoy hablando. ¿Qué habéis estado haciendo?
    -¡Ya lo has oído! ¡No hemos hecho nada! –y salió corriendo de la sala. Gregg salió tras él. Por nada del mundo dirían la verdad. No podían hacerlo. Decir la verdad equivalía a destrozar la carrera de Lenny. Y Lenny iba a ponerse bien.
    Las llaves del coche fueron requisadas
    © Las llaves del coche fueron requisadas
    Baxter llamó también a su casa. Al doblar la esquina del pasillo se topó de bruces con David Gregg, al que agarró nuevamente.
    -David, por favor, dime qué es lo que habéis hecho. Dímelo.
    Pero Gregg seguía callado.
    -Dime la verdad. ¿Qué fue? ¿Un porro? ¿Fumásteis hierba toda la noche? ¿Eso es todo?
    Sólo había que seguir un poco más.
    -¿O fue... cocaína? ¿¡Eh!? –lo zarandeaba– ¿¡Fue cocaína!?
    David Gregg rompió a llorar contra la pared. Jeff Baxter soltó su brazo. Sabía por fin la verdad.

    En el quirófano el cuerpo médico a las órdenes del doctor Edward Wilson había seguido una escala muy precisa. Administraron al cuerpo de Leonard epinefrina de sodio. Había perdido toda la adrenalina. Después bicarbonato sódico para normalizar la acidez de la sangre. Y después lidocaína para despertar sus latidos. Y también calcio para hacerlo con el corazón. Y por último, para potenciar el efecto múltiple, una generosa dosis de bretilina. Sin embargo, el corazón de Lenny, siempre tan tozudo, seguía negándose a responder. Había pasado demasiado tiempo. Si volvía a latir el daño cerebral sería ya irreparable.

    A las ocho, después de volver a hablar con su madre, Tribble sacó a Baxter de la sala de espera. “Por favor, Bax, tienes que llevarme a casa”. Baxter asintió. No era mala idea abandonar por un rato todo aquel infierno. Tenía además la firme esperanza de regresar con Lenny despierto. Durante el trayecto volvieron a no dirigirse la palabra. Al llegar, Baxter dio media vuelta y el Nissan desapareció. Cuando Tribble abrió la puerta de su apartamento sonaba el teléfono. Era John Walker, junto a Brian, el otro viejo amigo a quien Lenny había prometido el mismo día del draft unas zapatillas como regalo. Walker trabajaba como policía de distrito. “Brian, ¿es cierto?”. Conocía perfectamente el estilo de vida de Tribble. “Dime, ¿qué vas a hacer ahora? Ten mucho cuidado”. De inmediato Tribble corrió a despertar a Fobbs, su compañero de piso. “Mark, tienes que llevarme a casa de Julie. Es urgente. Lenny esta muriéndose. Los dos estamos en peligro. ¡Corre!”. Minutos después Fobbs conducía a toda velocidad su Jeep en dirección al apartamento de una amiga común de toda la vida, Julie Walker (18). Dentro del coche había lo suficiente como para abrir un informativo local.

    Brian Tribble detenido por la policía de Prince George
    © Brian Tribble detenido por la policía de Prince George
    Cuando Bobby Wagner entró en la sala de espera la escena era espeluznante. Después de James Bias, Bobby Wagner había sido el adulto más influyente en la vida de Lenny, su entrenador de instituto y mediador entre Driesell y el chico cuando las cosas se ponían feas. Ahora tenía toda la pinta de que volvería a ejercer su papel. Por lo pronto trató de calmar a Gregg y Long, histéricos en el pasillo. “No pasa nada. Lenny se pondrá bien enseguida. Tranquilizaos”. Wagner lo creía de veras. Imaginó a la prensa ocupando la entrada del Washington Hall. En cuando Lenny se presentara allí entrarían a su habitación, por lo que pensó que lo mejor era enviar a los muchachos a la suite para ponerla en orden. Wagner no quería la menor crítica hacia su chico. Con ese intención salió al pasillo cuando vio que un policía se acercaba a él. “Señor Wagner, ¿tiene usted conocimiento de que Leonard haya consumido drogas esta noche?”. Por qué le preguntaba eso. En ese momento alguien le agarró por detrás.
    -¡Se está muriendo, Bobby! ¡Se está muriendo!
    Era Lefty Driesell, junto a su esposa Joyce. Súbitamente Wagner comprendió la gravedad de lo que ocurría. Pero siguió sin entender nada.

    La voz de una mujer llegaba desde el otro lado del pasillo. Sonaba fatigada, como vacía y sin entonación. “Todo va... a salir bien. Todo va a salir... bien”. Lonise Bias trataba de calmar a su marido, que estaba siendo sujetado por dos auxiliares del hospital.

    En el quirófano la voz del doctor Wilson se sobrepuso a todas las demás: “¡Deprisa, el marcapasos!”. El cuerpo médico llevaba dos horas luchando con el corazón de Leonard. Pero nada daba resultado. Eran las nueve menos diez de la mañana.

    Tras dos autopsias fue enterrado cuatro días después
    © Tras dos autopsias fue enterrado cuatro días después
    A esa hora un teléfono quebraba el sepulcral silencio de un despacho oficial.
    -Señorita, ¡necesito hablar con el senador Kennedy!
    -Me temo que eso es imposible ahora mismo.
    -¡Es una emergencia!
    De la inmensa carrera recorrida como abogado por Lee Fentress, director ejecutivo de Advantage International y orgulloso representante de Len Bias, haber servido como asesor de campaña por el partido demócrata para Robert Kennedy en las presidenciales de 1968, era un recurso inestimable. Tenía que serlo.
    -Mmhh... un momento, señor Fentress.
    No había tiempo.
    -Edward Kennedy al aparato. ¿Quién le llama?
    -Por el amor de dios, señor Kennedy, le pido, le suplico... que movilice ahora mismo un helicóptero con el mejor cardiólogo del estado de Maryland. ¡Urge un trasplante de corazón!

    James Bias logró al fin deshacerse de los brazos que lo sujetaban tropezando al entrar al quirófano. El cuerpo médico se apartó a su paso y el hombre fue a caer de rodillas junto a la cama sobre la que yacía su hijo. “Wake up, Leonard, wake up, you’re my perfect son, wake up!”.

    A las 8:55 el rostro de Leonard Kevin Bias era cubierto con una sábana.

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